miércoles, 20 de julio de 2011

OLEANNA, LA VERDAD, Y FACUNDO CABRAL


Amílcar Adolfo Mendoza Luna

Si quieren que les diga la verdad (esa palabra que vamos a complicar más adelante, como todo abogado que se respete) mi interés por escribir sobre la obra de teatro “Oleanna” de David Mamet y sus vinculaciones en el Derecho, era completamente distinto hace una semana respecto de lo que pienso escribir hoy, luego de enterarme de la trágica muerte de Facundo Cabral. Este hecho, un asesinato nada menos, cuyas motivaciones son dudosas y que parece tan fortuito, se presenta como una nebulosa que opaca con su tremendismo lo que ha sido una vida maravillosa, plena de logros y canciones perdurables.

Cuando pienso en dicho suceso, el asesinato digo, tengo la impresión que me distrae de cosas fabulosas y esclarecedoras que don Facundo Cabral nos regaló. Tantos conciertos que nos ofreció, tantos momentos felices y tal vez hasta epifanías, que dejarse distraer por pensamientos infelices parece un desperdicio, tal como él no se cansaba de cantarnos con su voz elocuente, mezcla de juglar y profeta.

¿Quién puede entender el asesinato? Quiero decir, las motivaciones de la gente para acabar con algo tan irremplazable y único como la vida de una persona. Nuestros códigos penales definen y exorcizan ese acto bajo una cortina de conceptos abstractos que nos alejan de esa temible realidad, reemplazandola por marmóreas descripciones que solemos llamar supuestos típicos o denominaciones similares.


Tengo la sospecha que bajo el manto de palabras amables y asépticas, el jurista tiende a escapar de la lodosa realidad de las miserias humanas. Cuando pretendemos hablar de la verdad lo hacemos desde torres de marfil, o desde ese lejano y brillante país de los conceptos ideales con que alguna vez soñó Ihering, una vez llegado al panteón de los juristas.

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