Por Amílcar A. Mendoza Luna*
¡Dulcisimos votos! Mejor morir, mejor padecer hambre que implorar recompensas ya ganadas. ¿Por qué debo quedarme aquí, en esta toga tosca, a mendigarle a cuanto Zutano aparezca sus inútiles confirmaciones? La costumbre me obliga. Pero si obedeciéramos en todo lo que dicta la costumbre, el polvo de las tradiciones antiguas permanecería sin barrer y el error se acumularía, formando montañas tan altas que no se alcanzaría a ver la verdad del otro lado. Mejor dejar que el cargo y el hombre vayan a alguien que acepte someterse, antes que hacer el tonto de este modo... Pero no; estoy a mitad de camino. Si he aguantado una parte, haré el resto.
WILLIAM SHAKESPEARE, Coriolano. Segundo Acto. Escena III.
Quiero agradecer la oportunidad de esbozar algunas ideas y compartirlas con ustedes a través de este Blog “La Cultura Jurídica”. Si me permiten decirlo, no puedo atreverme a decir si existe mayor proporción de generosidad que de temeridad en la invitación, por lo que tengo la pretensión de capturar el interés de ustedes, amables y pacientes lectores, mientras duren estas líneas.
Debo confesar que esta tarea me resulta menos difícil luego de leer el excelente posteo sobre el derecho y las artes que leí hace poco en este Blog. Dicha lectura me motivó a indagar puntos de conexión entre el Derecho y el arte, y más aún, el Derecho y la belleza.
Al contrario de muchos colegas, tengo el convencimiento que el Derecho más que una ciencia en el sentido moderno del concepto, es más bien un arte en el sentido antiguo de technè y por tanto, está indisolublemente ligado a la virtud y al propósito de mejorar la sociedad, no solo de regularla. Si para Platón el político no era solo la persona exitosa en obtener el poder sino aquel que lograba transformar las almas de los ciudadanos; creo que el Derecho no puede contentarse con la misión de regular la vida de las personas, sino de mejorar los términos de convivencia y convertir la existencia en algo cada vez mejor, si se quiere, más virtuoso. Por tanto, y en mi modesta opinión, la belleza del Derecho no está en la coherencia del supuesto y la consecuencia de la norma jurídica,sino en que no se limita a regular la vida de las personas, mas bien debe tender a mejorar la vida en común.
Hay que aceptar que el Derecho no es la única manera de mejorar la vida en sociedad. Una de las vías más notorias para lograrlo es el arte, el medio más conspicuo a través del cual el hombre entra en contacto con la belleza y remueve su espíritu. De allí que no debiera sorprendernos que el arte recoja aspectos fundamentales del Derecho. A nadie escapa que el Derecho regula la vida humana y la influye, pues bien, el arte aspira a captar la esencia de la vida y nada de lo humano le es ajeno, incluído el Derecho, por supuesto.
Y encontramos que las artes retratan aspectos del derecho desde muy antiguo, baste mencionar algunos ejemplos tan antiguos como el Satiricon de Petronio (cuando los personajes pretenden reivindicar un bien), el hilarante juicio descrito en Pantagruel de Rabelais, y tantos otros ejemplos que me excuso de nombrar para no aburrir al lector.
Si bien hay varios ejemplos en la literatura fáciles de encontrar y comentar, me gustaría complacerme escribiendo sobre ópera y derecho, siquiera de una manera breve. Un buen pretexto que encontré es el inminente estreno de la Opera “El Barbero de Sevilla”, con Juan Diego Flores en el elenco estelar, dentro del marco de la temporada 2011 en el renacido Teatro Municipal de Lima.
Tal vez muchos enarquen las cejas recordando la famosa obertura o cuando el personaje Fígaro canta que es el “factotum della città”. Pero permítanme explicarles porque elijo esta ópera bufa de Gioachino Rossini. En primer lugar, porque es una de las más entrañables óperas bufas que conozco y estoy muy lejos de entender el Derecho como una materia solemne y alejada de las vicisitudes de la vida humana, con sus matices de alegría y tristeza. En segundo lugar, porque permite ocuparnos de dos temas: la tutela y curatela así como la reputación como un valor digno de aprecio o en términos más profesionales “como bien jurídico”. Por este último aspecto planeo dirigir mi comentario.
Me explicaré a través de una sinopsis de la ópera: El Conde de Almaviva y el truhan de buen corazón, Fígaro, conspiran para rescatar a la bella Rosina de las garras de su tutor Bartolo, quien la pretende en matrimonio para apoderarse de su fortuna. Consideradas las cosas de esta manera, puedo imaginar a mis colegas haciendo conexiones entre conceptos como el secuestro, la tutela y curatela o la nulidad del matrimonio. Pues deseo decepcionar sus previsiones al decirles que pretendo limitarme al famoso monólogo del inescrupuloso Basilio quien pretende convencernos que la calumnia es apenas un vientecillo que luego se convierte en huracan.
La razón que haya elegido comentar este pasaje se debe a que es imposible evitar hacer el parangón con la actual segunda vuelta que se vive en el Perú, donde se vive una polarización singular en que los dueños de medios influyentes atacan sincronizadamente a un candidato de manera abierta y olvidando toda apariencia de objetividad, aún al coste de presionar o despedir a sus periodistas. Bien podríamos pensar en que los dueños de la prensa de un solo color hacen suyas las palabras de Bartolo:
“No?
Escuche y calle
La calumnia es un vientecillo,
Una brisa más bien gentil
Que insensible, sutil,
Ligeramente, dócilmente,
Comienza a susurrar.
Poco a poco,
A media voz musitando
Va deslizandose, va zumbando;
En las orejas de la gente
Se introduce diestramente,
En la cabeza y los cerebros
Aturde y resuena.
De la boca hacia afuera
La bola va creciendo;
Toma impulso poco a poco,
Arremete de un lugar a otro,
Siembra el trueno, la tempestad
Que en el seno del bosque
Va ululando, retumbando
Y te da un gélido terror.
Al fin rebalsa y revienta,
Se propaga, se redobla
Y produce una explosión
Como un rugir de cañón,
Un terremoto, un temporal
Un tumulto general,
Que hace el aire temblar.
Y elinfeliz calumniado,
Debilitado, maltrecho,
Bajo el público castigo,
Se sentirá afortunado si muere.
Entonces ¿qué me dice?”
Hay que ser justos, Bartolos en épocas electorales no solo los hubo en el Perú del año 2011, sino en épocas antiguas y sociedades como la virtuosa Roma Republicana. Fijémonos en el “Commentariolum petitionis” (Manual de Campaña Electoral) en que Quinto Tulio Cicerón dió variados consejos a su hermano, Marco Tulio Cicerón, para llegar al Consulado sobre Catilina, el candidato que encarnaba las esperanzas de las clases bajas para lograr el cambio y por ello era temido por los “optimates”, es decir, la élite dominante republicana:
Como consecuencia yo, que conozco por haber experimentado el fastidio del candidato que se defiende de las acusaciones, entendí que para candidatear se requiere una actividad incesante, para defender el sentido del deber, para acusar con fatigoso empeño. Por tanto, declaro que no se puede en absoluto ocurrir que una misma persona sea capaz de preparar con cuidado y concentrar una acusación al rival a la vez que candidatea al consulado: pocos pueden sostener una de esas faenas, pero ninguno las dos. Tu, desviandote de la competición electoral y con el ánimo ocupado en la actividad de acusar, crees que puedes lograr ambas tareas. Has cometido un gran error (...).
Me temo que estas palabras tienen vigencia hoy, en nuestra realidad. En el Perú, la política sigue la idea de Bartolo de usar el vientecillo sutil de la calumnia o la descalificación del adversario a través de medios alejados de la razón. Como lógica consecuencia la inteligencia y el sentido común son prófugos de la campaña electoral donde prevalecen el miedo y la intolerancia. No coexisten la razón y la calumnia gratuita.
La manera de hacer política a lo Bartolo es la principal causante que la política sea una mala palabra entre los jóvenes y los profesionales mejor calificados, dejando los asuntos públicos en manos de aventureros que prueban suerte en el Congreso o en altos cargos administrativos. En buena cuenta: la política a lo Bartolo pauperiza la posibilidad de la participación del ciudadano en la política y pone en cuestionamiento los fines de la Constitución y la democracia. Esta constatación debe ser estímulo para los profesionales en el derecho para crear nuevas normas jurídicas y alentar nuevas normas sociales que permitan superar la decadencia de la sociedad peruana y recuperar el verdadero sentido de las palabras Constitución y Democracia, como conceptos vivos y funcionales, no como situaciones que se protegen en tanto permiten defender el statu quo. Creo que el Derecho tiene mucho que decir al respecto y no dejar que este aspecto sea atendido solamente por la Ciencia Política.
Fueron los antiguos romanos quienes nos legaron el derecho occidental y si me permiten la simplificación, uno de sus descendientes, Gioachino Rossini, a través de “Il Barbiere di Siviglia” nos recuerda metafóricamente como no se debe hacer política si pretendemos regular de manera justa la vida de las personas en sociedad y que el mérito vuelva a gobernar la política, de la cual hace tiempo fue exiliado.
* Abogado por la Pontificia Universidad Catolica del Peru, profesor de Derecho Romano.
Interesante análisis del Barbero de Sevilla, si bien el asunto de la calumnia derivó en un comentario más de tipo político que jurídico.
ResponderEliminarAtte.
DR. GONZALO URIBARRI CARPINTERO
doctorurib@hotmail.com