Por Amílcar Adolfo Mendoza Luna (*)
Hace algunas semanas fue tomada con
bastante humor la propuesta del multimillonario mexicano Carlos Slim de reducir
la jornada laboral a sólo cuatro horas diarias. Tal vez en circunstancias
normales (es decir, sin crisis económica angustiante en Europa y Norteamérica)
no habría sido mal vista esa posibilidad.
Seguramente propuestas así no
faltaban en tiempos más felices en que el Estado de Bienestar europeo se
mostraba como el ejemplo a imitar, cuando Japón procuraba no excederse en la
producción de mercancías (y sus sindicatos aumentaban sádicamente su producción
cuando hacían huelga) o cuando Estados Unidos se sentía como el Estado del
destino excepcional (american way). En
esos tiempos, los derechos fundamentales de segunda generación como el de
trabajar ocho horas, las vacaciones remuneradas o la estabilidad laboral, no
provocaban una sonrisa cínica sino profundos discursos, exaltadas proclamas
sindicales y sesudos argumentos en la doctrina laboral y constitucional.
Probablemente eran buenos tiempos y tientan a repetir la manida frase sobre lo
mejor que es el pasado.
Parece mentira que el ideal del trabajo de ocho
horas en algunos países con economía de bienestar boyante no sólo era una real posibilidad
sino que incluso parecía ser una meta cuya reducción parecía conveniente. Pero
eran otras épocas, como ya se dijo. Tal vez las mismas épocas en que fue
escrita “La Fiaca” (1967), célebre
obra del argentino Ricardo Talesnik que ha sido recientemente estrenada en el
limeño Teatro Larco bajo la dirección del actor peruano Giovanni Ciccia.
Han pasado varias décadas desde
que en setiembre de 1967 esta obra fue estrenada en el teatro San Telmo en
Buenos Aires, Argentina. Hasta la fecha ha sido traducida y/o representada en
España, Italia, Francia, Estados Unidos, Inglaterra, Bélgica, Alemania, Grecia
y varios otros países que no enumeramos para no cansarnos ni cansar a los
lectores.
Porque de eso se trata. De no
cansarse. Tener la fiaca significa en lunfardo argentino que se tiene flojera. Néstor
Vignale (interpretado por el convincente y carismático Oscar López Arias) ha
decidido que no va a ir al trabajo el día lunes, ese día temible en que los
papeles se acumulan como la resaca de todo lo vivido. La única razón es que
tiene fiaca, y cuando uno tiene fiaca debe respetar ese hecho y no trabajar. Y
no importa que haya trabajado sin falta alguna durante más de diez años en la
empresa de la cual espera un aumento, aunque eso signifique un terno de lujo
menos en el guardarropa del gerente, o menos publicidad, o menos presupuesto
para las cenas de los ejecutivos que serán contabilizadas como gastos de
representación.
Tampoco importa que su preocupada
esposa, Marta (interpretada por la bella actriz Karina Jordán), se asombre, le
reproche por su infantil actitud y amenace con llamar a su trabajo para
comunicar que no irá. ¡Qué cosa más inaudita! Exasperado, Nestor Vignale no
duda en gritar a su mujer que hacer esa llamada es peor que asistir normalmente
al trabajo. Filosóficamente le increpa que la fiaca involucra una decisión
personal trascendente, la de la rebeldía, la de detener el tiempo un momento y
disfrutar un lunes en casa, abrigadito y sin hacer nada excepcional, a menos que
sea hacer el amor un lunes en la mañana (acto programado para ser realizado
apuradamente las noches de ciertos días de la semana).
Lo que a Marta pudo parecer muy
simpático (y fuera de los horarios de la rutina conyugal) empieza a tener un
cariz ominoso cuando su esposo manifiesta que su fiaca llegó para quedarse un
buen tiempo e incluso, adopta actitudes infantiles, como solicitar el desayuno
en la cama o que le compren cosas del supermercado. Lamentablemente pedir
refuerzos no ayuda, y ni siquiera la intervención de la sobreprotectora suegra
(interpretada por la siempre efectiva Graciela Paola) logra cambiar un ápice la
decisión de Néstor. Peor aún, cuando el circunspecto y disciplinado colega
Peralta (caracterizado por Lucho Cáceres) lo visita rogándole que vuelva al
trabajo para ocuparse de los trámites pendientes, el buen Néstor, pasado de
revoluciones, no tardará mucho en envolver a su compañero de trabajo en sus
juegos de vaqueros, gangsters y toda la gama de personajes que los niños solían
interpretar cuando la imaginación los asaltaba. Tal vez aquí se dan los
momentos más divertidos de la obra, en que la pura actividad lúdica se apodera
del escenario, mientras los personajes en él (de caracteres totalmente
opuestos) cantan y bailan. El primer acto, que dura una hora, acaba jocosamente
y el tiempo deliciosamente esfumado ni se nota.
El segundo acto, de menor
duración, nos presenta a Néstor acostumbrado a su fiaca. Juega pelota con los
niños en el parque y contempla a las palomas por largos momentos, lo que
perturba a su esposa que no sabe cómo llamar a su marido al orden, y más aún,
cuando el Psicólogo Jáuregui (interpretado también por Lucho Cáceres) de la
empresa viene a observar personalmente el fenómeno a fin de tomar una decisión,
la cual seguramente no será beneficiosa para la estabilidad económica de la
pareja. Eso no parece incomodar a Néstor, quien tiene ahorritos para superar el
mal paso y reinsertarse en el mercado laboral una vez que la fiaca se vaya. El
psicólogo es ridiculizado por Néstor y eso amenaza traer cola (en la fila de
desocupados, se entiende). Presa de la ira, Marta ya no tolera mantener a su
holgazán marido y prepara sus maletas.
Y que la fiaca cocine entonces.
A partir de este momento Néstor,
que pasaba feliz su fiaca apoyado por el esfuerzo de su esposa, empieza a
sufrir los estragos de su decisión. No tiene ni para hacerse un sándwich. Ni
dinero ni decisión de ir a comprar lo necesario. Por un extraño giro de la
fortuna, su caso ha trascendido a los diarios y empieza a ser visto como un
peligroso ícono de la rebeldía contra los abusos de las patronales. Su colega
Peralta lo visita para proponerle que sea el representante de las demandas de
los trabajadores, su madre hace las paces con él cuando ve la celebridad que alcanzó
en los diarios y lo mismo ocurre con Marta, quien regresa al hogar con la
expectativa creada. Estas se ven magnificadas cuando el Gerente General de la
empresa, Balbiani, se presenta para ver a su díscolo y mediático empleado.
Pero Néstor no escucha a nadie.
Está demasiado preocupado por llevar algo a la boca. Es sordo a las proclamas
libertarias de Peralta, a los mimos de su madre o a las esperanzas de ascenso
social de Marta. Su estómago vacío llena sus oídos con sus crujidos.
Balbiani, Gerente acostumbrado a
las difíciles negociaciones y exigentes dirigentes sindicales, no tarda mucho
en examinar a su empleado. De manera cortés ofrece la mitad de un sándwich a
Néstor. Pero le dice de manera firme que el resto lo puede encontrar en su
trabajo.
De manera patética, Néstor
convertido en un guiñapo de manera vacilante se levanta y vuelve a ponerse su
corbata y terno a la vez que se dirige a la puerta. La oveja ha vuelto al
redil.
A primera vista, el argumento
podría parecer pueril y sólo destinado al divertimento inocuo por haber
envejecido mucho en la época cínica del Internet y celulares de distintos
modelos o funciones que mantienen comunicados a los usuarios pero desvinculados
a las personas. No obstante, la clave de la obra es la misma que padecemos hoy.
El mundo gira fuera de control. En países hiperdesarrollados como Japón la
gente trabaja más allá de las ocho horas, duermen en hoteles que ofrecen
estancias que parecen conejeras y los Neko-Café son la sensación porque
permiten a los individuos solitarios tener un poco de calor y ternura de lindos
gatitos por sólo diez dólares la hora. En Perú la flexibilización laboral
impuesta por el gobierno de Alberto Fujimori ha convertido al derecho
fundamental de las ocho horas en constitucional papel mojado y ha evaporado a
la estabilidad laboral. Otro tanto puede decirse de otros países.
Si en la obra el argumento parece
envejecido, cobra inusitados sentidos en nuestra sociedad tecnológica que cada
vez parece más decidida a prescindir del individuo o a masificarlo, en el peor
de los casos. Paralelamente, en el mundo del derecho hay que aceptar que el
derecho laboral parece haber envejecido mucho. Si goza de algún interés entre
los jóvenes estudiantes y buena parte de los doctrinarios, se debe a las
necesidades de las corporaciones y las oficinas de gestión de recursos humanos.
No es necesario ser muy clarividente para descubrir la crisis del derecho
laboral y de los derechos fundamentales de segunda generación en general, esos
derechos conquistados de manera épica a inicios del siglo XX y que por ejemplo,
alentaron constituciones como la Mexicana, hija de la famosa Revolución.
Ideales de generosidad, o
simplemente de justicia, parecen arcaicos y pasados de moda (por decirlo de una
manera actual). Tal como en la obra. Me explico: Néstor Vignale aparentemente
parece ser una persona que se rebela ante un mundo que no tiene frenos y que
cada vez exige más del alma de las personas. Cualquiera puede ver con simpatía
que se quiera recobrar retazos inofensivos de la infancia o darse un tiempo
libre para reencontrarse o reencontrar a la naturaleza.
Todo bien si pasamos por alto un
pequeño detalle. Para que Néstor pueda disfrutar de su bucólica paz, alguien
debía trabajar por él. De manera infantil y egoísta ese peso vino a recaer en
Marta, su esposa. Una vez que Marta lo abandona, no pasará mucho para que
Néstor Vignale prefiera un sándwich a continuar con su fiaca. Europa y Estados
Unidos han vivido una gran bonanza a costa de vivir sobre sus medios. Y ahora
pagan las facturas. Como ellos dicen “There´s no free lunch”. El egoísmo los
hizo gozar de una gran bonanza, pero las malas políticas económicas y la
corrupción empresarial han provocado la desaparición en los hechos de múltiples
derechos fundamentales de segunda generación en base al conocido principio de
que las clases medias y populares deben ajustarse el cinturón. ¿Han sido los derechos fundamentales de
segunda generación, esos derechos sociales, una dulce ilusión?
Es probable que la visión de esta
obra de teatro inspire en muchos colegas abogados esta pregunta. La respuesta
no debe dejarse únicamente en manos de los historiadores.
Es necesario que hagamos balances y descubramos cómo dar nueva vida a los
derechos fundamentales de índole social si es que no estamos dispuestos a
desperdiciar las grandes conquistas del siglo XX. No es momento para que los
abogados y juristas tengan fiaca.
FICHA TÉCNICA: LA FIACA
Lugar: Teatro Larco de Miraflores (Lima-Perú)
Temporada: Junio a Setiembre 2012
Dirección: Giovanni Ciccia
Néstor Vignale: Oscar López Arias
Marta: Karina Jordán
Madre: Grapa Paola
Peralta/Jáuregui: Lucho Cáceres
Balbiani: Pedro Olórtegui.
* Abogado egresado de la Pontificia Universidad Católica
del Perú. Magister por la mencionada Universidad (2002) y Master por la
Universidad Tor Vergata de Roma-Italia (2006).
Ricardo Talesnik, autor de la obra, me envío este comentario:
ResponderEliminarEs una gran satisfacción ver que "La fiaca" ,cuarenta y cinco años después de su estreno, continúa divirtiendo, emocionando e inspirando reflexiones tan agudas como las que aprecié en la nota escrita por el Dr.Amílcar Adolfo Mendoza Luna en el blog de "La Cultura Jurídica". Su análisis no es sólo interesante desde su punto de vista especializado sino también como sensible espectador de teatro.
La comparación que desarrolla entre las realidades socio-económico-laborales de los 60 y las actuales son muy certeras. Por otra parte, alude a una posible caducidad temática de la obra que de inmediato desecha al referir la vigencia que, más alla de las profundas transformaciones tecnológicas, culturales, económicas y laborales, presenta una situación de alienación (palabra en desuso), injusticia y precariedad que sumada a la rutina, el maltrato y la falta de movilidad social multiplican la problemática existencial que todo ser humano padece ante las alternativas de la vida, el paso del tiempo y las diversas necesidades y responsabilidades.
Debo reconocer el acierto de Giovanni Ciccia en querer poner en escena esta versión de mi obra y no la más actualizada que yo le proponía.
Ricardo Talesnik
Quiero agradecer al Señor Ricardo Talesnik por dos cosas: primero, por escribir una obra de teatro tan divertida y que ha dado tanto que hablar en Lima-Peú. Y segundo, por la amabilidad en comentar este Blog. Ha sido una agradable sorpresa. Considero que obras como la de Talesnik son fáciles de comentar porque tocan temas profundos, contemporáneos y universales. Digo esto último porque es tan válido en la Argentina de los años 60, como en el Perú de la época fujimorista en los 90 y en la Comunidad Europea actualmente.
ResponderEliminarFinalizo este comentario agradeciendo al Administrador de este blog por el honor dispensado en recibir mi apreciación sobre la obra "La Fiaca" de Ricardo Talesnik, representada el 2012 en el Teatro Larco de Lima - Perú.