Por Armida F. Lobatos Fernández
En el artículo 1,
último párrafo de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos se prohíbe
cualquier tipo de discriminación y da una lista de algunas de las diferentes
situaciones que pueden suscitar a su aparición. Una declaración similar
encontramos en el artículo 14, fracción X, inciso b de la Ley de
establecimientos mercantiles del Distrito Federal donde se observa una sección
en donde se le exige a todos los negocios contar con un “particular” letrero
que debe decir “En este establecimiento no se discrimina por motivos de raza,
religión, orientación sexual, condición física o socioeconómica ni por ningún
otro motivo”.
Es curioso el hecho de que se
obligue a los comerciantes a reafirmar por medio del señalamiento esta
“declaración”, que consta ya en el primer ordenamiento de la Carta Magna de
nuestra Nación. ¿Por qué es necesario recordarle a la ciudadanía que no se les tiene
permitido bajo ninguna circunstancia discriminarse entre ellos? ¿Por qué nos es
tan difícil sentir empatía por nuestros semejantes? Son cuestiones bastante confusas
de dar respuesta.
En la imagen superior
observamos una foto de la majestuosa Teotihuacán, lugar emblemático de nuestra
cultura. Mismo que he considerado idóneo para representar nuestros principios
como Nación. Dentro de la cual observamos diversas imágenes que representan a las
diferentes tipos de personas que existen y los variados grupos en los que se
desarrollan. Encontramos secciones con diferentes tipos de religión, empleos,
nacionalidad, idioma, tradiciones, preferencia sexual, origen étnico, nivel
social, personas con capacidades diferentes; pero todos con una constante son seres
humanos.
Lo que se representa es a una población
donde existen diferentes personalidades dentro de una misma colectividad; ósea,
donde todos conviven de manera general, a pesar de los diferentes intereses que
tienen entre ellos. Tal como es nuestra sociedad. La gran mayoría de la personas
aparenta que este tema esta pasado, algunos hasta se escandalizan al escuchar
la palabra “discriminación”; sin embargo todos conocemos más de un caso de segregación,
pero nunca nadie admite ser un discriminador. Incluso sin saberlo podemos
llegar a ser los causantes de un abuso, justificado tras la costumbre.
Vivimos dentro de una gran
simulación de igualdad social. Absolutamente nadie quiere ser discriminado por
ninguna situación, esto es contrastante si consideramos que muchas veces incluso
nos discriminamos a nosotros mismos. Los estereotipos marcados por la sociedad
nos hacen pensar y sentir que somos “inferiores” cuando en realidad solo somos
diferentes. La segregación hacia otros seres humanos es un reflejo de nuestras
propias inseguridades.
Por ejemplo para poder pertenecer de
manera plena a un grupo debemos rechazar al contrario y para ser un líder los
demás deben ser separados para fungir como súbditos. Por lo que es indiscutible
que no todos podemos ser “iguales”, si lo fuéramos viviríamos en una utopía, en
lugar de nuestro “mundo” en el que necesariamente existen divisiones sociales.
Sin embargo, lo anterior no significa que tengamos permitido en algún momento
atentar contra la dignidad humana o perjudicar los derechos y libertades de las
personas, porque si lo hiciéramos sería considerado discriminación.
La legislación es clara y precisa al
prohibir cualquier tipo de discriminación, pero ¿podrá algún día la sociedad acatar
dicho ordenamiento? Ciertamente solo lo conseguirá de manera plena cuando la
manera de pensar de la sociedad se modifique. Eleanor Roosevelt dijo “nadie
puede hacerte sentir inferior sin tu consentimiento”. A lo que yo agrego que
nadie puede discriminarte, si tú no has sido tu propio discriminador
anteriormente.
El hecho de que siga existiendo rechazo
de cualquier tipo hacia diferentes grupos sociales está en nuestras manos. El
secreto para terminar con la discriminación, es que primero nos aceptemos y
estemos orgullosos a nivel personal de lo que somos, de esta forma no podremos
despreciar a otros por lo que son.
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