Todos tenemos a alguien a quien perdonar y podemos ser perdonados por alguien. Los países y las sociedades de igual manera. También es cierto que hay personas a las que les es más fácil hacerlo -tanto perdonar como pedir perdón- y otras, más orgullosas, que les cuesta mucho trabajo o que incluso les es imposible. Tanto para el emisor como el emisario, comporta procesos de toma de conciencia y reforzamiento de la identidad; por ello no es un asunto menor.
En cualquier caso, el perdón, es un ejercicio que conlleva muchísima responsabilidad. Por un lado implica reconocer que algo estuvo mal y eso supone que eventualmente pueda existir un resarcimiento del posible daño, una compensación o incluso una sanción; en ese momento las posiciones se invierte el ofensor ahora es vulnerable ante el ofendido. Todo esto que digo, sólo es posible en un contexto en el que el perdón es honesto; porque como todo en este mundo, puede pervertirse, y entonces el perdón buscado se vuelve venganza.
Nada sencillo hay en estos procesos en los que se involucra, memoria y olvido; sobre todo si se instrumentalizan, o peor aún se busca revertirlos para obtener beneficios personales.
Por eso insisto en la oportunidad y la responsabilidad. Cuando se tiene de manera fehaciente la oportunidad de pedir perdón y recibirlo, se trata de un momento sublime llamado reconciliación; en las culturas ancestrales estos procesos son necesarios para continuar una vida tranquila; el resultado es la paz; algo muy difícil de lograr pero no por ello, algo a lo que podamos renunciar; es como la justicia o el bien común. Los wixárika por ejemplo, consideran una enfermedad el que una persona esté resentida con algo o con alguien; una enfermedad del corazón que impide vivir bien. Nuestra calidad de vida está condicionada al perdón y la reconciliación. La llamo oportunidad porque muchas veces la persona en cuestión no quiere ser perdonada o no quiere pedir perdón; en ambos casos me parece que pierden una gran oportunidad, pues de alguna manera ponen en peligro su integridad emocional.
La responsabilidad en cambio, está en identificar las acciones que tendrán que acompañar el perdón; digamos que a partir del mismo se detona un encadenamiento, había un nexo negativo entre el ofensor y el ofendido ahora tendría que haber un nexo positivo y no generarse un nuevo nexo negativo, en términos de venganza.
La parte más complicada de los procesos de perdón es la toma de conciencia. Muchas veces el ofensor puede considerar que sus acciones no son lo suficientemente lesivas que merezcan pedir perdón, o tengan suficientes argumentos para justificar sus acciones; es aquí donde los filósofos han recomendado un ejercicio de "introyección imaginativa", le han llamado también empatía; sensibilizarse; ciertamente hay riesgos de hipersensibilidad, pero me parece que son la excepción; en cualquier caso, como expliqué arriba, la oportunidad está ahí al alcance de la mano de quien puede pedir perdón y continuar su camino; el ejercicio de imaginarse como el otro, jamás hará daño, y, por el contrario, nos acercará más a la humanidad, a lo humano, y, por tanto, al conocimiento de nosotros mismos.
Tampoco creo que sea exagerado pensar en ofensores indirectos y/o ofendidos indirectos. Alguien con quien tengo algo en común en algún modo, ofendió a alguien más ¿qué de malo hay en solidarizarse en el perdón? insisto, es una gran oportunidad para mí, para fortalecer mi identidad, para conocer al otro, para conocerme a mí.
El perdón es un acto absolutamente contrario a la prepotencia, requiere de una sabiduría peculiar, de una sabiduría práctica diría yo; conlleva una actitud distinta, si hay implícito un preconcepto de superioridad y una necesidad de perpetuar un stato quo, difícilmente habrá perdón, se apelará entonces al trauma; se revictimizará al ofendido diciendo que en una sociedad liberal, el hecho de que alguien se sienta ofendido es su propio problema, que ha de superar tal condición con sus propios medios.
Saber a quien se ha ofendido, ese asunto depende de la ética y la generosidad de cada quien.
Pedir perdón y saberlo aceptar puede verse como debilidad pero requiere en realidad mucha fortaleza.
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