miércoles, 20 de julio de 2011

OLEANNA, LA VERDAD, Y FACUNDO CABRAL


Amílcar Adolfo Mendoza Luna

Si quieren que les diga la verdad (esa palabra que vamos a complicar más adelante, como todo abogado que se respete) mi interés por escribir sobre la obra de teatro “Oleanna” de David Mamet y sus vinculaciones en el Derecho, era completamente distinto hace una semana respecto de lo que pienso escribir hoy, luego de enterarme de la trágica muerte de Facundo Cabral. Este hecho, un asesinato nada menos, cuyas motivaciones son dudosas y que parece tan fortuito, se presenta como una nebulosa que opaca con su tremendismo lo que ha sido una vida maravillosa, plena de logros y canciones perdurables.

Cuando pienso en dicho suceso, el asesinato digo, tengo la impresión que me distrae de cosas fabulosas y esclarecedoras que don Facundo Cabral nos regaló. Tantos conciertos que nos ofreció, tantos momentos felices y tal vez hasta epifanías, que dejarse distraer por pensamientos infelices parece un desperdicio, tal como él no se cansaba de cantarnos con su voz elocuente, mezcla de juglar y profeta.

¿Quién puede entender el asesinato? Quiero decir, las motivaciones de la gente para acabar con algo tan irremplazable y único como la vida de una persona. Nuestros códigos penales definen y exorcizan ese acto bajo una cortina de conceptos abstractos que nos alejan de esa temible realidad, reemplazandola por marmóreas descripciones que solemos llamar supuestos típicos o denominaciones similares.


Tengo la sospecha que bajo el manto de palabras amables y asépticas, el jurista tiende a escapar de la lodosa realidad de las miserias humanas. Cuando pretendemos hablar de la verdad lo hacemos desde torres de marfil, o desde ese lejano y brillante país de los conceptos ideales con que alguna vez soñó Ihering, una vez llegado al panteón de los juristas.

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martes, 17 de mayo de 2011

COMENTARIOS SOBRE LA OPERA BUFA “EL BARBERO DE SEVILLA” DE ROSSINI

Por Amílcar A. Mendoza Luna*

¡Dulcisimos votos! Mejor morir, mejor padecer hambre que implorar recompensas ya ganadas. ¿Por qué debo quedarme aquí, en esta toga tosca, a mendigarle a cuanto Zutano aparezca sus inútiles confirmaciones? La costumbre me obliga. Pero si obedeciéramos en todo lo que dicta la costumbre, el polvo de las tradiciones antiguas permanecería sin barrer y el error se acumularía, formando montañas tan altas que no se alcanzaría a ver la verdad del otro lado. Mejor dejar que el cargo y el hombre vayan a alguien que acepte someterse, antes que hacer el tonto de este modo... Pero no; estoy a mitad de camino. Si he aguantado una parte, haré el resto.

WILLIAM SHAKESPEARE, Coriolano. Segundo Acto. Escena III.


Quiero agradecer la oportunidad de esbozar algunas ideas y compartirlas con ustedes a través de este Blog “La Cultura Jurídica”. Si me permiten decirlo, no puedo atreverme a decir si existe mayor proporción de generosidad que de temeridad en la invitación, por lo que tengo la pretensión de capturar el interés de ustedes, amables y pacientes lectores, mientras duren estas líneas.

Debo confesar que esta tarea me resulta menos difícil luego de leer el excelente posteo sobre el derecho y las artes que leí hace poco en este Blog. Dicha lectura me motivó a indagar puntos de conexión entre el Derecho y el arte, y más aún, el Derecho y la belleza.

Al contrario de muchos colegas, tengo el convencimiento que el Derecho más que una ciencia en el sentido moderno del concepto, es más bien un arte en el sentido antiguo de technè y por tanto, está indisolublemente ligado a la virtud y al propósito de mejorar la sociedad, no solo de regularla. Si para Platón el político no era solo la persona exitosa en obtener el poder sino aquel que lograba transformar las almas de los ciudadanos; creo que el Derecho no puede contentarse con la misión de regular la vida de las personas, sino de mejorar los términos de convivencia y convertir la existencia en algo cada vez mejor, si se quiere, más virtuoso. Por tanto, y en mi modesta opinión, la belleza del Derecho no está en la coherencia del supuesto y la consecuencia de la norma jurídica,sino en que no se limita a regular la vida de las personas, mas bien debe tender a mejorar la vida en común.

Hay que aceptar que el Derecho no es la única manera de mejorar la vida en sociedad. Una de las vías más notorias para lograrlo es el arte, el medio más conspicuo a través del cual el hombre entra en contacto con la belleza y remueve su espíritu. De allí que no debiera sorprendernos que el arte recoja aspectos fundamentales del Derecho. A nadie escapa que el Derecho regula la vida humana y la influye, pues bien, el arte aspira a captar la esencia de la vida y nada de lo humano le es ajeno, incluído el Derecho, por supuesto.

Y encontramos que las artes retratan aspectos del derecho desde muy antiguo, baste mencionar algunos ejemplos tan antiguos como el Satiricon de Petronio (cuando los personajes pretenden reivindicar un bien), el hilarante juicio descrito en Pantagruel de Rabelais, y tantos otros ejemplos que me excuso de nombrar para no aburrir al lector.



Si bien hay varios ejemplos en la literatura fáciles de encontrar y comentar, me gustaría complacerme escribiendo sobre ópera y derecho, siquiera de una manera breve. Un buen pretexto que encontré es el inminente estreno de la Opera “El Barbero de Sevilla”, con Juan Diego Flores en el elenco estelar, dentro del marco de la temporada 2011 en el renacido Teatro Municipal de Lima.



Tal vez muchos enarquen las cejas recordando la famosa obertura o cuando el personaje Fígaro canta que es el “factotum della città”. Pero permítanme explicarles porque elijo esta ópera bufa de Gioachino Rossini. En primer lugar, porque es una de las más entrañables óperas bufas que conozco y estoy muy lejos de entender el Derecho como una materia solemne y alejada de las vicisitudes de la vida humana, con sus matices de alegría y tristeza. En segundo lugar, porque permite ocuparnos de dos temas: la tutela y curatela así como la reputación como un valor digno de aprecio o en términos más profesionales “como bien jurídico”. Por este último aspecto planeo dirigir mi comentario.

Me explicaré a través de una sinopsis de la ópera: El Conde de Almaviva y el truhan de buen corazón, Fígaro, conspiran para rescatar a la bella Rosina de las garras de su tutor Bartolo, quien la pretende en matrimonio para apoderarse de su fortuna. Consideradas las cosas de esta manera, puedo imaginar a mis colegas haciendo conexiones entre conceptos como el secuestro, la tutela y curatela o la nulidad del matrimonio. Pues deseo decepcionar sus previsiones al decirles que pretendo limitarme al famoso monólogo del inescrupuloso Basilio quien pretende convencernos que la calumnia es apenas un vientecillo que luego se convierte en huracan.



La razón que haya elegido comentar este pasaje se debe a que es imposible evitar hacer el parangón con la actual segunda vuelta que se vive en el Perú, donde se vive una polarización singular en que los dueños de medios influyentes atacan sincronizadamente a un candidato de manera abierta y olvidando toda apariencia de objetividad, aún al coste de presionar o despedir a sus periodistas. Bien podríamos pensar en que los dueños de la prensa de un solo color hacen suyas las palabras de Bartolo:

“No?

Escuche y calle

La calumnia es un vientecillo,

Una brisa más bien gentil

Que insensible, sutil,

Ligeramente, dócilmente,

Comienza a susurrar.

Poco a poco,

A media voz musitando

Va deslizandose, va zumbando;

En las orejas de la gente

Se introduce diestramente,

En la cabeza y los cerebros

Aturde y resuena.

De la boca hacia afuera

La bola va creciendo;

Toma impulso poco a poco,

Arremete de un lugar a otro,

Siembra el trueno, la tempestad

Que en el seno del bosque

Va ululando, retumbando

Y te da un gélido terror.

Al fin rebalsa y revienta,

Se propaga, se redobla

Y produce una explosión

Como un rugir de cañón,

Un terremoto, un temporal

Un tumulto general,

Que hace el aire temblar.

Y elinfeliz calumniado,

Debilitado, maltrecho,

Bajo el público castigo,

Se sentirá afortunado si muere.

Entonces ¿qué me dice?”



Hay que ser justos, Bartolos en épocas electorales no solo los hubo en el Perú del año 2011, sino en épocas antiguas y sociedades como la virtuosa Roma Republicana. Fijémonos en el “Commentariolum petitionis” (Manual de Campaña Electoral) en que Quinto Tulio Cicerón dió variados consejos a su hermano, Marco Tulio Cicerón, para llegar al Consulado sobre Catilina, el candidato que encarnaba las esperanzas de las clases bajas para lograr el cambio y por ello era temido por los “optimates”, es decir, la élite dominante republicana:


Como consecuencia yo, que conozco por haber experimentado el fastidio del candidato que se defiende de las acusaciones, entendí que para candidatear se requiere una actividad incesante, para defender el sentido del deber, para acusar con fatigoso empeño. Por tanto, declaro que no se puede en absoluto ocurrir que una misma persona sea capaz de preparar con cuidado y concentrar una acusación al rival a la vez que candidatea al consulado: pocos pueden sostener una de esas faenas, pero ninguno las dos. Tu, desviandote de la competición electoral y con el ánimo ocupado en la actividad de acusar, crees que puedes lograr ambas tareas. Has cometido un gran error (...).
 Me temo que estas palabras tienen vigencia hoy, en nuestra realidad. En el Perú, la política sigue la idea de Bartolo de usar el vientecillo sutil de la calumnia o la descalificación del adversario a través de medios alejados de la razón. Como lógica consecuencia la inteligencia y el sentido común son prófugos de la campaña electoral donde prevalecen el miedo y la intolerancia. No coexisten la razón y la calumnia gratuita.

La manera de hacer política a lo Bartolo es la principal causante que la política sea una mala palabra entre los jóvenes y los profesionales mejor calificados, dejando los asuntos públicos en manos de aventureros que prueban suerte en el Congreso o en altos cargos administrativos. En buena cuenta: la política a lo Bartolo pauperiza la posibilidad de la participación del ciudadano en la política y pone en cuestionamiento los fines de la Constitución y la democracia. Esta constatación debe ser estímulo para los profesionales en el derecho para crear nuevas normas jurídicas y alentar nuevas normas sociales que permitan superar la decadencia de la sociedad peruana y recuperar el verdadero sentido de las palabras Constitución y Democracia, como conceptos vivos y funcionales, no como situaciones que se protegen en tanto permiten defender el statu quo. Creo que el Derecho tiene mucho que decir al respecto y no dejar que este aspecto sea atendido solamente por la Ciencia Política.

Fueron los antiguos romanos quienes nos legaron el derecho occidental y si me permiten la simplificación, uno de sus descendientes, Gioachino Rossini, a través de “Il Barbiere di Siviglia” nos recuerda metafóricamente como no se debe hacer política si pretendemos regular de manera justa la vida de las personas en sociedad y que el mérito vuelva a gobernar la política, de la cual hace tiempo fue exiliado.



* Abogado por la Pontificia Universidad Catolica del Peru, profesor de Derecho Romano.

martes, 8 de febrero de 2011

Reflexiones sobre el derecho, la literatura y la música

A veces los juristas pasamos demasiado tiempo pensando en las normas y las tratamos como si fueran algo especial, fuera de este mundo. Ciegos por una pureza del derecho que cada vez es más cuestionable, las normas tienen fuentes muy diversas y a veces más extrañas de las que estamos dispuestos a admitir. Por momentos, sacralizamos los textos legales como si fueran un universo autosuficiente; la norma es creadora de otras normas y nunca nos cuestionamos de dónde el ingenio humano le da contenido substantivo a la norma que servirá de referencia para crear la subsecuente. ¿No es acaso, por ejemplo, una manifestación del principio jurídico “primero en tiempo, primero en derecho”, el que personas voluntariamente y sin necesidad de coerción alguna se formen unos tras de otros en lo que comúnmente se conoce como una cola? ¿Necesitamos acaso que la norma nos enseñe derecho, o es posible que el derecho lo aprendamos de múltiples fuentes?

Recuerdo una aseveración del profesor alemán Peter Häberle que en su momento me pareció osada, pero que tal vez no lo sea tanto; en una obra titulada “Libertad, igualdad, fraternidad. 1789 como historia, actualidad y futuro del Estado constitucional”, se atrevía a decir que la “Oda a la Alegría” de Schiller habría cumplido en lo que devendría Alemania, el mismo efecto aspiracional que lo que en Francia habría conseguido la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789. ¿Una poesía llevada a movimiento de una sinfonía de Beethoven, lograr lo que los principios de Libertad, Igualdad y Fraternidad de la Revolución Francesa? Parecería sacrilegio, herejía jurídica. Pero estudiando más a detalles la obra de este erudito teutón, nos topamos con otras obras que refuerzan esta idea y en las que manifiesta que el derecho no es otra cosa que una manifestación cultural.

¿Una manifestación cultural? ¿Qué quiere decir esto? ¿Posiblemente que tanto podemos aprender de derecho de un texto legal que de la sabiduría popular, de la literatura, de la música o de otras fuentes? ¿Será esto posible? Sin entrar a una discusión sobre las fuentes últimas del derecho, aceptemos esto como una hipótesis posible para ver si hay algo de verdad detrás de esta aseveración. Para esto, veamos algunos ejemplos que nos permitan decidir de manera un poco más amplia sobre la cuestión.

El primero que llega a mi mente es claramente El Mercader de Venecia de William Shakespeare. ¿No acaso en esta obra de teatro se discute la validez de una transacción comercial realizada entre Shilock el prestamista y un noble comerciante veneciano de nombre Antonio? Me refutarán algunos respecto del ejemplo mencionando que la obra termina en un juicio ante el Senado de la República de Venecia, y que por tanto Shakespeare se habría tenido que basar en fuentes de derecho positivo para estructurar la obra, dado que se citan casos y jurisprudencia en esta pieza teatral y que por lo mismo el ejemplo es más jurídico intrínsecamente hablando que literario.


Sin embargo esto no forzosamente se repite en otros casos, veamos.

¿Qué podríamos decir por ejemplo de la ópera Tosca, de Puccini? ¿No resulta escalofriante el segundo acto cuando Floria Tosca le pregunta al Barón Scarpia, jefe de la policía de Roma, que qué sucede en la recámara de junto de la que llegan los gemidos de la tortura de su amado Mario y éste le responde fría y sínicamente: “Es la fuerza que hace cumplir la ley”? En ese mismo segundo acto, cuando Tosca asesina a Scarpia a efecto de no ser víctima de sus chantajes sexuales, no acaso pronuncia su lapidaria expresión: “Y decir que frente a él temblaba toda Roma”, a lo cual, en una expresión pura del derecho a la revolución y al tiranicidio, Mario Cavaradossi le besa las manos en el tercer acto durante el área “O dolce mani”, en donde alaba sus manos dulces y victoriosas por haber librado a la sociedad de un sátrapa de esa calaña? ¿No es esto acaso una reflexión pura de lo que debe ser el estado de derecho en relación con las garantías procesales de todo detenido y la forma en que debe de impartirse justicia, mediante tribunales en los que las personas puedan ser oídas y vencidas en juicio previo al sufrimiento de actos de privación de la vida, derechos, propiedades o posesiones? ¿No es esto una clara predilección respecto del uso de ciertos medios meta-jurídicos equivalentes a un estado de necesidad cuando el derecho es injusto o quienes lo ejercen tiranos? ¿No es esto acaso idéntico al “Sic Semper Tyrannis” que Marcus Junius Brutus habría pronunciado en el Senado de Roma ante el cuerpo languideciente de Julio César?


Tomando otro ejemplo, éste tirado de la mitología escandinava, ¿no es acaso un claro ejemplo del principio de seguridad jurídica relativo a la registrabilidad de los actos comerciales el representar a la lanza de Odín como garante de los pactos, siendo que cada vez que se celebra un contrato se establecía una marca en la lanza para registrar la transacción y garantizar su inviolabilidad? ¿No es acaso una señal clara de la dependencia de la convivencia pacífica entre seres humanos el que se preserve el estado de derecho cuando Richard Wagner en su ópera Sigfrido, detona una cadena de eventos que terminarán con el fin de mundo a partir de que Siegfried enfrenta a Wotan (Odín) y quiebra su lanza en dos? ¿No es esto signo de que para Wagner parece ser el respeto al estado de derecho de la mayor importancia puesto que incluso en otra parte, en el Oro del Rin, a pesar de las ganas de Wotan para apropiarse del anillo del Nibelungo, éste no podrá hacerlo al no poder violar pacto inscrito en su lanza, porque convino el anillo y el resto del oro de los Nibelungos como contraprestación para los gigantes por la construcción del Valhalla? La tetralogía de Wagner, manifestación musical inspirada en la mitología escandinava, principalmente en El Cantar de los Nibelungos y en la Saga de los Wolsungos, parece estar regida por el derecho y enriquecida por un sinnúmero de ejemplos e instituciones jurídicos, aunque entre notas y acordes pudiéramos no darnos cuenta de ello. Existen múltiples situaciones que nos llevan a ello: Desde cuestiones relativas al derecho natural y a ciertos derechos fundamentales, hasta otras de derecho positivo, en el que la ruptura del estado de derecho tendrá siempre consecuencias funestas. ¿No es acaso por ello el que en La Valquiria Wotan se verá obligado a sacrificar la inmortalidad de su hija favorita por ejecutar la sentencia de Erda al haber desobedecido Brünhilde la orden de ejecución de la sanción impuesta a Siegmund y Siegliende contra la violación a las leyes del matrimonio que representa el incestuoso matrimonio entre los Walsungos?


Los ejemplos podrían seguir y multiplicarse por horas, rebasando así el objetivo principal del comentario o reflexión que se pretende en esta ocasión. Solo baste lo anterior para iniciar con ello una reflexión sobre la amplitud de ejemplos y fuentes respecto de los cuales podríamos aprender derecho o tener ejemplos que ameriten la reflexión sobre el contenido y aplicación del mismo. Si el derecho es o no cultura, sociología, derecho divino o simple positivización de la racionalidad humana, no es el momento ni el lugar para discutirlo, baste decir que la próxima vez que los juristas nos topemos con algún texto de literatura, música u ópera, deberíamos de mantener los ojos bien abiertos y estar dispuestos a aceptar a veces elementos para normar nuestro criterio que puedan provenir de las fuentes más inesperadas, manteniendo una visión pluridisciplinaria que nos permita llegar de la manera más objetiva posible a realizar los ideales de justicia y libertad, igualdad y solidaridad social que busca nuestro derecho.

miércoles, 12 de enero de 2011

La buena imagen del juez: el imaginario sobre el juzgador en la cultura mexicana



Tal vez usted esté pensando que el buen juez es el que se ajusta a las reglas, no sólo las atinentes a los casos que estudia, sino en general a las reglas que tienen que ver con su profesión, sin embargo esto no es suficiente para ser un buen juez, y es que son tantos los elementos sociales de valoración que cualquier juzgador podría sentirse abrumado, y no es que simplemente deba contar con una buena imagen de mercado sino que en el fondo la legitimación más fuerte que justifica la existencia de la función judicial incluso sobre otras como el pacto social y el Estado de derecho, es la necesidad social de poder contar con personas y órganos que puedan dirimir las controversias de los integrantes de una comunidad, pensemos en un argumento de reducción al absurdo, en el cual hipotéticamente nadie acudiera a los tribunales porque creyera que no sirven para resolver los conflictos, entonces habría que cerrarlos todos porque no se justificaría ni el gasto ni su existencia inoperante.

Ciertamente no hemos llegado a tal caso, pero lo cierto es que la mayoría de personas en este país no tiene la certeza de que un tribunal le resolverá con razón y justicia, muchas veces, asesorados por los abogados piensan que al ingresar su causa a un tribunal podrían obtener justicia sólo a través de negociaciones paraprocesales (en términos llanos, corrupción), a través de la fortuna (tienen el 50% de posibilidades de ganar) o bien para retardar la situación controvertida. Este imaginario sobre la justicia mexicana ha llevado a convertirla (a nivel de imaginario) en un sistema de simulaciones compartidas, es decir, que nadie piensa que obtendrá simple y llanamente lo que el sistema se propone, por lo que para dar lectura a los móviles de los actores de un sistema judicial no basta conocer las reglas sino que es necesario apelar a subsistemas antropológicos, psicológicos, sociológicos, semióticos, etc que ayuden a comprender que espera cada quien, que obtiene en la realidad y que efecto tiene esto en futuros destinatarios del sistema.

Así, al final del día las reglas se convierten en algo accesorio (insistimos, en el imaginario) a nivel social y se torna preponderante el hecho de recapitalizar la buena imagen del juzgador. Una razón más, cuando la imagen de la justicia está bien capitalizada en la sociedad paradójicamente disminuye la litigiosidad, pues resulta que el justiciable satisface su necesidad de justicia de manera pronta y expedita lo que contribuye a evitar que siga buscando por otros medios también judiciales y/o instancias superiores para resolver lo ya resuelto. Por eso la solución al rezago judicial no es la creación de más órganos sino por el contrario, el aumento en la calidad del trabajo de los órganos existentes, una cuestión que dicha así parece de Perogrullo pero que a veces pasamos por alto, y es que las estadísticas demuestran que un vez creados nuevos órganos estos se llenan de causas inmediatamente aumentando la litigiosidad.

La buena imagen ayuda a mejorar entonces la confianza en la institución judicial, y esto no significa que los Estados deban ajustarse más a la opinión pública que al ordenamiento que los originó, sino simplemente que el Estado cuenta dentro de sus elementos con la sociedad a la que a olvidado por mucho tiempo, y ahora es necesario que se convierta en parámetro de sus actuaciones para superar el estado de simulación al que nos referíamos.

Son muchos los instrumentos que a nivel regional y nacional miden la confianza en las instituciones públicas, incluidos los órganos de administración de justicia, los jueces en general no suelen ser en estos instrumentos los líderes sociales que uno pudiera pensar, nuevamente recurriendo al imaginario, el juez parece más bien un catalizador de diversos elementos, incluso en el cine y en la literatura ¿viene a su mente algún juez que haya influido en la sociedad de su tiempo en algún film o novela? Parece que no*, incluso es más fácil encontrar ejemplos en donde el juez es el villano, sólo por recordar un caso muy emblemático el juez que se deja corromper en el Padrino lo que suscita la relación Bonasera-Corleone; o los jueces en las nuevas sagas de Batman (Batman el inicio y El Caballero de la noche) también manipulados por la mafia.

Tal vez por todo lo que hemos dicho la ética judicial se presenta en nuestros días como una materia imprescindible a pesar de que mucho siguen considerando que son sólo “buenas intenciones”.

 
La buena imagen del juez: su persona

No se trata solamente del aspecto físico, es muy complicado explicar cuáles son los elementos que nos generan confianza de una persona, porque seguramente no se ciñen sólo a lo externo, sin embargo a través de la historia se ha intentado simbolizar los elementos que generan confianza, por ejemplo, se considera que una persona mayor tiene más experiencia y por tanto es más circunspecta, por eso consejos y consejeros eran elegidos entre los más ancianos, la madurez es un valor en la sociedad que no necesariamente tiene que ver con la edad, pero si se simboliza en algunos sistemas judiciales con la peluca blanca que simboliza las canas; la seriedad que implica el trabajo judicial es representada por la vestimenta obscura, la justicia es tan trascendente como la vida y la muerte, las personas también viste de negro en los sepelios, es decir, en momentos solemnes o de duelo.

Pero curiosamente todo esto es simbolismo, el juez obtiene la tan preciada autoridad moral cuando se “sabe” que hace bien su trabajo, que es un hombre prudente, que es un hombre que normalmente juzga con razón y justicia; por supuesto que queda superada en este contexto la discusión escolástica entre la vida privada y la vida pública del juez porque es imposible deslindarlas en aras de generar una buena imagen, a cualquier persona que se le preguntara si preferiría que lo juzgara un juez alcohólico que está sobrio durante las horas de oficina y un juez sobrio todo el tiempo, seguramente respondería que preferiría al segundo, claro que no nos hemos olvidado que además de estar sobrio debe hacer bien su trabajo, pero ese es otro elemento que genera confianza y que veremos adelante.

Así que incluso la cortesía redunda en una buena imagen, y no es sólo el hecho de que el juez sea amable o bonachón sino que es necesario asuma su trabajo con profesionalismo, humanidad y buen trato para con su personal y el justiciable, los jueces rígidos suelen ser injustos, así piensa la cultura, como ejemplo está en la literatura y en el cine Los Miserables de Víctor Hugo, quien sugiere lo anterior en la figura de Javert, magistralmente revivido de algún modo por el recaudador de impuestos de la película Carácter del director Mike Van Diem.

La buena imagen del juez: su equipo

Tal vez la parte más complicada de la labor judicial es armar un buen equipo de trabajo, pero hoy se ha vuelto un tema imperante porque es casi imposible encontrar a jueces que trabajen solos, y si el trabajo contemporáneo se basa mucho en las aptitudes gerenciales, este tema es fundamental, por lo que entonces no basta ser un buen juez sino que incluso es necesario contar con buenos colaboradores, el juez bonachón que no bueno, podrá consentir los excesos de sus colaboradores e incluso encubrirlos pero al final todo esto irá en detrimento de la buena imagen de su juzgado, así que vicios como el nepotismo, el favoritismo, dirigencias tiránicas que basan su control sobre el miedo en los colaboradores o por el contrario la falta de dirección; llevan necesariamente a malos resultados.

También en este punto debiera tratarse brevemente la cuestión de órganos colegiados, pues el ejercicio de la justicia colegiada requiere de muchas virtudes humanas comenzando por la tolerancia y la empatía; pero también está el respeto, la consideración, la humildad, y en general todas las virtudes sociales. Aquí pudieran aplicarse las enseñanzas de filmes que si bien hacen referencia al jurado podrían aplicar para el trabajo de decidir colectivamente como 12 hombres en pugna, Jurado en fuga, El Lado obscuro de la justicia, por mencionar algunas.

La buena imagen del juez: su trabajo

Obviamente nos referimos a todo el trabajo en general, donde debe mostrarse el profesionalismo para hacer las tareas respectivas con puntualidad, pulcritud, oportunidad, orden, etc, sin embargo queremos referirnos en específico al producto por excelencia del trabajo judicial, es decir, la sentencia. La sentencia representa la cereza del pastel pues además de reflejar el profesionalismo mencionado debe ser racional y justa, y en este punto los pareceres se dividen a lo largo de la historia y a lo largo de los sistemas, pero centrándonos en nuestro tema podemos decir que existen sentencias que generan más o menos confianza en el órgano o persona que las emiten, por lo que si bien deben considerarse todos los factores que apuntan a construir una sentencia con excelencia también debe considerarse el factor que dote de buena imagen a la misma, comenzando por su estructura, su contenido y por supuesto su difusión; el que un tribunal sea omiso en la difusión de sus sentencias y su jurisprudencia puede tratarse de ocultamiento de deficiencias en el trabajo.

La administración de justicia es por su naturaleza, un trabajo que se fortalece y mejora en la medida en que la experiencia va acumulándose a través de buenas decisiones, cuando los motivos y procedimientos de decisión son poco claros o dejados al vaivén, puede ser esto signo de un trabajo deficiente que genera que todo el sistema (nuevamente a nivel de imaginario) decrezca, desgraciadamente las malas sentencias corren como reguero de pólvora, para usar una frase popular sobre las malas noticias, de este modo el mal trabajo de un juez afecta a todo el orden judicial y por el contrario, el buen trabajo de un juez contribuye a posicionar mejor al orden judicial no sólo de un país, sino incluso de la humanidad, ya hemos dicho que como humanidad estamos ávidos de buenos ejemplos.

Nota
* Tal vez la única referencia que viene a nuestra mente es la película El Juez Dredd por la que Stallone fue premiado como uno de los peores actores de 1995, pero en realidad se trata de un juez del futuro más similar a un pretor o fiscal que resulta ser un héroe muy peculiar y violento. La otras figura emblemáticas serían no un personajes de película sino jueces reales muy conocidos como el caso de Falcone en Italia y Garzón en España, el primero ya con película el segundo al parecer estaría deseoso de que llevaran a la pantalla su vida.

jueves, 9 de diciembre de 2010

Presentación del primer título de la colección Biblioteca de Cultura Jurídica: “La laicidad desde el Derecho”


Este primer volumen de la Biblioteca de Cultura Jurídica está dedicado al tema de la laicidad, analizada bajo el prisma del derecho. Se trata de un libro pluridisciplinar, dentro del ámbito jurídico, con aportaciones de constitucionalistas, historiadores, filósofos del derecho y especialistas en derecho eclesiástico. Un libro que refleja uno de los debates más candentes en buena parte de la vieja Europa: el modo de configurar las relaciones entre iglesia/s y Estado y las concepciones de la libertad religiosa.

El pasado mes de noviembre se presentó el libro La laicidad desde el derecho, la presentación fue presidida por el director de la colección “Biblioteca de Cultura Jurídica”, Dr. Jordi Ferrer Beltrán, el Dr. Josep Lluis Martí, de la Universidad Pompeu Fabra, el teólogo Ángel Caldas y los editores del libro, el Dr. Xavier Arbós, Dr. Jordi Ferrer y Dr. José María Pérez Collados.

La presentación se llevó a cabo en las instalaciones de la Fundació Universitat de Girona con el formato de debate académico, 15 minutos de participación para los integrantes de la mesa y un espacio reservado para las intervenciones de los asistentes.

La apertura y coordinación de la mesa estuvo a cargo del Dr. Jordi Ferrer quien subrayó la idea de que, «contrario a la laicidad nadie, en cambio todos a favor de la concepción de laicidad, aun cuando el punto es saber qué tipo de concepción de laicidad se sostiene».

La exposición de una taxonomía general sobre las tensiones que genera la relación iglesia-estado fue expuesta por el Dr. José Lluis Martí, quien de manera clara enumeró las siguientes:

1. Problemas relativamente fáciles de gestionar como: la presencia de cruces en las escuelas públicas, asignaturas de contenido religioso en escuelas públicas, los días festivos religiosos, funerales católicos por parte del Edo., etc.,

2. Problemas de contradicción entre creencias religiosas con la interpretación de la organización del Estado como: el reconocimiento del divorcio, permitir la adopción por parejas del mismo sexo, el aborto… y,

3. Problemas que afectan la viabilidad de una visión más laica, por ejemplo, el financiamiento de la iglesia, el patrimonio artístico propiedad de la iglesial, etc.

Por su parte el teólogo Ángel Caldas intervino para exponer y dejar claro que “lo importante en la formación de cualquier persona es que ésta se enfoque en aprender a vivir con las diferencias”.

La intervención de los asistentes reflejó el interés por los tópicos abordados en el libro, inquietudes como: «¿Por qué no promover planteamientos religiosos si es que estos ayudan a mejorar las relaciones entre las personas?»; se cuestionó también ¿Qué se estaba entendiendo por religión? y, se quiso saber si la taxonomía trazada por el Prof. Martí resultaba superficial.

Finalmente después de la exposición de un caso concreto el Dr. Ferrer Beltrán dejó abiertos los temas sobre libertad religiosa para seguir reflexionando.

El caso planteado se refería a la discusión en España sobre la ley en favor del aborto de 1970 y la opinión que al respecto el episcopado con la opinión del arzobispo Antonio María Rouco Varela expresó, «lo que está mal de la aprobación es que da el mensaje ‘falso’ a la sociedad de que determinadas acciones están permitidas, lo cual es falso porque aquello que está ‘objetivamente mal’ el Estado no puede permitirlo».

La mención de este caso generó la reflexión del rol que el estado debe adoptar frente al tema de la libertad religiosa, ¿cómo entender la laicidad del estado frente al principio de neutralidad?

El panorama se complica si atendemos los diversos matice de la laicidad, por ejemplo hay casos en los que el Estado adecúa su legislación a una determinada moral religiosa y/o el mismo permite excepciones, por así decirlo, en cuanto a la objeción de conciencia o, algunas veces participa en el financiamiento del hecho religioso. Sea cual sea el modelo adoptado por el Estado el interés de la comunidad jurídica persiste si se quiere clarificar los presupuestos de la posición que se guarda en la relación Iglesia-Estado, presupuestos que tienen que ver con los conceptos, nada pacíficos, de democracia y derecho.

¿Qué concepción de democracia, de derecho, de Estado, tenemos en México en relación con los presupuestos de la libertad religiosa?

Estos temas forman parte de la tarea pendiente para el análisis no sólo de la agenda académica europea de amplia tradición en estos tópicos, sino que es un tema necesario, poco profundizado y presente en las discusiones de la SCJN, basta recordar el amparo en revisión 1595/2006 del cual el Dr. Miguel Carbonell hace un comentario en el núm. 26 de la Revista Mexicana de Derecho Constitucional de 2009.

Este caso tiene que ver con Stephen Orla Searfoss y el amparo en revisión que se refería a la posible inconstitucionalidad del Bando Municipal de la ciudad de Toluca, que en una de las fracciones de su artículo 123 disponía una sanción de multa para la persona que «sin permiso, pegue, cuelgue, distribuya o pinte propaganda de carácter comercial o de cualquier otro tipo en edificios públicos, portales, postes de alumbrado público…»

La discusión contenida en el fallo de la Sala y comentada por el Dr. Carbonell refleja la necesidad de profundizar en estos temas, puesto que el fallo de la Corte, al abordar los aspectos de fondo, lo hace enfocándose en temas relativos a la libertad de expresión, libertad de imprenta y poco discute sobre el papel del estado frente a la libertad religiosa.

Por lo que se refiere a las consideraciones sobre la libertad religiosa reconoce dos dimensiones una interna y una externa, la interna la relaciona con la libertad ideológica (cabe mencionar que el Dr. Carbonell en su intento por ilustrar esta dimensión ((interna)) recurre a un ejemplo poco afortunado pues éste se refiere a un fallo precedente en materia de libertad de asociación, mientras que la libertad religiosa no sólo tiene que ver con la libertad de asociación –y que, de ser así, estaríamos en el escenario de la dimensión externa- sino que el punto clave debe centrarse en discutir sobre las “creencias” individuales y colectivas y, el rol del estado frente a las mismas), mientras que la dimensión externa se refiere al desarrollo de actos públicos, ritos y manifestaciones públicas por parte de congregaciones religiosas.

El fallo de la Corte es que el enunciado normativo contenido en el bando municipal de Toluca abarca actividades permitas y protegidas por normas de derecho fundamental, por tanto la norma municipal resulta sobre inclusiva abarcando actos cuyo ejercicio debería quedar exento de cualquier sanción del tipo que sea, actividades que según la corte deben ser permitidas.

La respuesta de la Corte es Instrumental en cuanto reconoce que vulnerar la libertad religiosa implica vulnerar otros derechos fundamentales, pero sustancialmente no se responde, desde la libertad religiosa, ¿Cuál es el modelo de Estado Mexicano en relación a los conceptos de democracia y derecho?

El libro es un buen pretexto para seguir reflexionando al respecto, les comparto el link de los títulos y del primer artículo:

jueves, 4 de noviembre de 2010

Peatón vs Automovilista. De la cultura vial y otras cosas...



La calle es un espacio agónico donde se representa todos los días una batalla a veces cruenta por apoderarse de las vías de tránsito, los dos contendientes son el peatón y el automovilista, aunque ciertamente el primero lleva todas las de perder porque lo que antepone es su propio cuerpo.

Un fenómeno por demás interesante para analizar cómo se desenvuelve una cultura jurídica específica. Resulta que existe una reglamentación tanto para peatones como para automovilistas, que sinceramente pocos conocen, ya este asunto nos llevaría a plantearnos el tema de la eficacia del derecho, pero dejémoslo ahí. Resulta además que detrás de la cultura jurídica subyacen también imaginario de nuestra propia cultura cívica que inciden directamente en el problema, por ejemplo la idea de que el automovil significa status social, a diferencia de otras culturas, en México tener automovil significa pertenecer a un grupo social distinto, incluso el tamaño y la marca determinan el grado de distinción y por tanto distinguen del resto. Así el que tiene coche, es porque tiene la posibilidad económica de hacerlo, en contraste con el que se presume no lo tiene por "andar a pie". El peatón está destinado a asumir el "riesgo" por no haberse esforzado lo necesario (o tener una ascendencia rica) para tener un automovil.

En el contexto anterior, el peatón rezaga la civilización, entorpece la vida cívica y en fin, deteriora el progreso y hasta las vistas urbanas, porque parece más adecuado al mensaje civilizatorio que todos tengamos coche, tanta gente en la calle puede ser signo de retraso. Curiosamente todo esto es una apreciación impuesta, impuesta por una cultura consumista que nos obliga a tener coche. No son pocos los anuncios publicitarios que menosprecian al peatón como un ser deplorable y condenado a sufrir los peligros de la calle. El coche en esta cultura es extensión del domicilio particular, es propiedad privada por excelencia, sobre todo ahora que es muy difícil tener una propiedad inmueble, al menos conformarnos con la propiedad mueble por excelencia.

Todo esto es un discurso construido entorno al consumo, una idea implantada que es fácil desmontar apelando al sentido común ¿Será realmente el triunfador indiscutible el automovilista propietario que pasa horas y horas dentro de su vehículo, aislado de todo, involucionando socialmente, contaminando y gastando mucho dinero en impuestos, combustible, revisiones mecánicas etc? como bien dicen por ahí el automovil no es en ningún modo inversión, es puro gasto. No podría caber en mejor lugar que aquí la idea dialéctica de civilización ¿quién es el civilizado, el que lo tiene todo el que no necesita de nada? normalmente debiera responderse prudencialmente esta pregunta, es cierto que necesitamos de los adelantos de la técnica como lo es el automovil pero eso no puede ir en detrimento de nuestra característica de entes gregarios.

Por otro lado parece que estamos perdiendo la calle, ese espacio por demás social, el del merolico, el del marchante, espacio dialógico que hace florecer relaciones cívicas y nos entrena para la vida. Como lo ha puesto en evidencia Hugo Hiriart en su libro "Circo Callejero" entre más rico es un barrio menos gente hay en sus calles, pero tambi´´en podría expresarse en estos términos: entre más desarrollado es un barrio (desarrollo económico y tecnológico) menos personas habrá en sus calles. La relación inversamente proporcional está completa " a más desarrollo económico más subdesarrollo humano".

Y volvemos a nuestro tema, si bien el peatón no es una blanca paloma respecto a sus obligaciones cívicas, si es cierto que es la parte más frágil y más susceptible de daño en la lucha contra el automovilista, sólo en la Ciudad de México mueren más de 18 mil personas al año atropellados gran parte niños, ciertamente negligencia en muchos casos, pero no dejan de ser "delitos imprudenciales", en derecho se llama a esto responsabilidad objetiva, se asume la responsabilidad del uso de un objeto que es potencialmente peligroso.

En estos términos más que reglamentos necesitamos una paideia, un programa de educación cívica, en el que se siga fomentando el uso de vehículos alternativos como la bicicleta; mejorando los sistemas de transporte y educándonos respecto de nuestros derechos y obligaciones como transeúntes y conductores. Las señales de tránsito son un muy buen elemento pedagógico, pero son instrumentos, debe imperar el buen juicio en cada caso, sentido común que por cierto está implícito en la reglamentación correspondiente: sí el peatón comenzó a travesar la calle durante el alto del conductor aunque la luz cambie a verde el conductor debe esperar a que termine de cruzar el peatón, dice la norma, que es puro sentido común, básicamente evite "aventarle el coche al peatón", usted tiene una máquina que funciona con la mínima presión de su pie, el peatón tiene que imprimir fuerza a sus dos piernas en proporción a su condición física.

Por otro lado no podemos dejar esta tarea colosal sólo a las autoridades, la mayoría de las veces peor educadas y limitadas para ello, es necesario un esfuerzo ciudadano, pues para recuperar la calle y mejorar la seguridad de la misma, se requiere el esfuerzo de todos comenzando por la difícil, pero no imposible tarea de cambiar nuestra idiosincrasia, nuestra cultura bajo mensajes ecológicos, cívicos, sociales y humanos que nos ayuden a plantear la lucha entre peatón y atuomovilista en términos de convivencia.

lunes, 4 de octubre de 2010

Bi-centenarios: imágenes e imaginarios que apelan a una cultura cívica nostálgica


Como bien decía Herodoto la historia está hecha para encender el espíritu patriótico y llevar a las naciones a plantearse mejores derroteros, dicho así, la historia es entonces susceptible de ser manipulada, como de hecho lo es, la cuestión es que a veces puede ser con fines buenos pero otras veces, quizá las muchas, con fines de alienación; la historia como fenómeno cultural está sujeta a las imágenes que la propia comunidad a la que se adscribe le señala pero a su vez es capaz de generar imágenes que se constituyan en referentes culturales.

En la contemporaneidad sigue apelándose a ese tipo de historia de bronce, aun si bien la historiografía ya fue y regreso en su distanciamiento con este tipo de historias; hoy mismo parecen coexistir el relativismo producto de la explicación posmoderna (se piense en Fukuyama y El fin de la historia) por el cual se podría resumir todo es historia y a la vez nada lo es depende del relato, por otro lado la idea de preservar la memoria de ciertas culturas que deben tener presente los oprobios sufridos en sus pasados y el perdón que los victimarios presentes piden a las víctimas actuales por crímenes del pasado; vemos también replantearse la mitología, sobre todo a través del cine, películas de corte histórico que hablan de valores contemporáneos y apelan a discursos actuales; tradiciones reinventadas, fiestas resignificadas y en fin, un afán renovado por mirar el pasado, para buscar una identidad tal vez perdida frente a la vorágine que representa la globalización.

En resumen, no sólo cultura, sino también historia cultural: somos resultado de nuestro pasado, y a la vez la imagen de nuestro pasado es sólo posible a través de nuestros preconceptos actuales. La historia jamás ha sido inocua, parecen vigentes las palabras de Simón Bolívar: la cultura llama a la acción, la historia como fenómeno cultural no sólo apela a nuestro intelecto sino sobre todo a nuestra conducta, y en particular a nuestra actitud cívica.

En el caso mexicano el uso de imágenes e imaginarios para apelar a una identidad propiamente mexicana es recurrente, más aun ahora que nos encontramos en las conmemoraciones cívicas de la Independencia (1810) y la Revolución (1910), ya el sesgo es interesante porque se habla de inicios de ambos movimientos pero poco se refiere a sus antecedentes y muchos menos a sus momentos paradigmáticos y subsecuentes. 

Por lo que hace a la Independencia, se ha insistido en series de televisión (no sólo en México) al cine y la literatura. Una serie de imágenes desfilan delante de nuestros ojos llamándonos a la reivindicación de nuestros símbolos patrios que dan razón de nuestra nacionalidad.


Más allá de los lugares comunes, es claro que detrás de todo aquello, y detrás de todo esto hay un proyecto político, las imágenes intentan simbolizar cuál debe ser el mensaje que al final nos debe quedar en la conciencia histórica. Sin embargo a lo largo de la historia las imágenes van simbolizando mensajes diferentes e incluso descontextualizados. Para muchas generaciones era claro que se trataba de dos etapas en la Independencia su inicio y su culminación, para ésta no lo es tanto (ver imagen arriba). 



Respecto de la función pública un imaginario se ha hecho presente en  las salas públicas, la frase "La Patria es Primero" acompaña los trabajos de legisladores y jueces en todo el país ¿qué significa hoy esta frase? habría que hacer una encuesta, pero seguramente pocos conocen el contexto en la que fue dicha, por lo que una lectura descontextualizada podría tener como resultado justificar un Estado de derecho o pero aun un Estado de excepción y la limitación de derechos.



A propósito de los salones de protocolo fue de uso común la imagen de Miguel Hidalgo en su despacho, un Hidalgo intelectual con papeles sobre la mesa que simbolizaban sus decretos y su labor legislativa que en realidad fue poca (ver imagen arriba).



Otro problema es que sociológicamente patria, nación y pueblo pueden parecer equivalentes pero en jurídicamente tienen implicaciones precisas dependiendo el contexto en que se interpretan jurídicamente, cuestión que puede o no repercutir en la cultura, cuestión por lo que el tema es susceptible de analizarse desde la cultura jurídica, se piense por ejemplo en el caso mexicano conocido como "el poeta maldito" en el que la Suprema Corte analizó el contenido de una poesía que atentaba contra los símbolos patrios.

Un asunto por demás interesante es el análisis de los propios festejos del centenario de la independencia en 1910, que fueron acompañados por un nuevo elemento visual: el cine.  "El grito de Dolores o La independencia de México" de 1907, de Felipe de Jesús Haro, fue obligatorio verla hasta 1910.  Entre los documentales que registraron los festejos oficiales se encuentra: la versión de los hermanos Alva, la de Salvador Toscano y Antonio F. Ocañas, la que realizó la empresa Desfassiaux, y tal vez las de Guillermo Becerril hoy desaparecidas. 

Las películas del Centenario registran el culto al panteón cívico en las escenas “Recepción de la pila bautismal del cura Hidalgo” donde podemos ver la procesión en la que los estudiantes de historia de la preparatoria iban jalando el carro donde se encontraba la pila bautismal del iniciador de la Independencia; y “Solemne entrega del uniforme de Morelos por la embajada española” la cual registra la entrega del uniforme y otros objetos que le fueran quitados por los realistas y que por encargo del rey de España hizo su embajador especial, el marqués de Polavieja al presidente de México el 17 de septiembre, evento que según la Crónica oficial, fue el que más conmovió al pueblo, por ser Morelos el “representante genuino de la nacionalidad mexicana”. En procesión, puestos sobre una cureña de cañón el retrato y los objetos de Morelos, iban escoltados por la Compañía de la Escuela Militar de Aspirantes y por el representante español (el marqués de Polavieja) escoltando los estandartes insurgentes, entre los que destaca el de la virgen de Guadalupe; en “Homenaje a los niños héroes de 1847 en Chapultepec” El programa incluyó el discurso oficial del diputado José R. Aspe y la lectura de un poema de Ezequiel A. Chávez. Para terminar, se cantó el Himno a los Héroes cuando Díaz se dirigió al monumento y depositó una corona de flores; la acción registrada por las vistas se concentra, al igual que en muchos otros eventos, en la llegada y partida de Porfirio Díaz, como una de las tomas que muestran al presidente de la República llegando a la tribuna oficial donde se efectuó el acto relativo al monumento a Washington.

Es muy significativa esta reunión de las imágenes simbólicas de los héroes del pasado con las del presidente. Utilizado en monedas, medallas, estampas, timbres, vajillas, postales, partituras y carteles, este recurso apareció en las mismas celebraciones del Inicio de la Independencia en el carro alegórico del Centro Mercantil para la Fiesta del Comercio, donde el busto de Hidalgo iba coronado por la Patria, el de Juárez por la Justicia y el del General Díaz por la Paz. De la misma manera, en el álbum fotográfico México en el centenario de la Independencia el recorrido visual inicia con los retratos de los tres próceres presentándolos como los constructores de la nación. En las películas el recurso visual se enfatizó a través de la inclusión de vistas fijas o transparencias en las que aparecían dibujos o retratos de Hidalgo, Juárez y Díaz.

(…)

Enfatizando el discurso oficial del Centenario, el cual sugería que el régimen porfirista era un punto culminante de la historia mexicana, en la “Apoteosis de los Héroes de la Independencia”, la final y espectacular ceremonia que constituyó el apropiado cierre de todos los festejos, el padre Rivera, uno de los historiadores más conocidos del periodo, señaló que “Hidalgo y Juárez plantaron la frondosa oliva de Porfirio Díaz.”

Gracias a él [a Díaz] hemos podido solemnizar nuestro Centenario y esta magna apoteosis con incomparable magnificencia, entre el aplauso y las cordiales manifestaciones de simpatía de todas las Naciones del orbe y en medio de las aclamaciones de un pueblo libre, próspero, culto y feliz.

Así considerada, esta solemnidad de agiganta. Esta glorificación alcanza, no sólo a los héroes y a los mártires de nuestra lucha de Independencia. Nuestra gratitud y nuestra veneración se extienden aún, y sucesivamente, a los prohombres gloriosos de la Reforma, y también incluye, y debía incluir, al magno gobernante; al fundador de la paz, del crédito y de las riquezas nacionales; al educador, con su ejemplo, con las instituciones que ha creado y con los códigos que ha expedido, del pueblo mexicano, y a quien la posteridad llamará el consolidador de nuestra Independencia.(*)

Por último habría que decir dos palabras respecto de las imágenes más recientes sobre la independencia. La primera es la película Hidalgo. La historia jamás contada de Antonio Serrano, que afortunadamente rescata aquél matiz por el cual Hidalgo denunciaría la doble moral de la época a través de la metáfora del Tartufo de Moliere, pero llama la atención que se enfatice en que la vida privada de un "héroe nacional" nada tiene que ver con su actividad pública y que al caudillo se le pueden perdonar cosas siempre y cuando cumpla su misión, lo que podría llevar al imaginario social a formarse una idea utilitarista y caudillista de la historia de México, no sólo de su historia, sino incluso de su presente que es producto de aquella.




Por lo que respecta a Héroes verdaderos de Carlos Kuri, que tiene momentos emotivos y otros verdaderamente aburridos, sobre todo para los niños a la que va dirigida, por su naturaleza debe recurrir a los lugares comunes y estereotipos, propone que el héroe puede ser cualquiera pero esos cualquiera tuvieron que realizar un acto que tornó diferentes sus vidas, incluso rescata al Pípila y al Niño Artillero excluidos ahora de los libros de texto, pero llama poderosamente la atención que el villano sea el mestizo es decir, el propiamente mexicano, que por cierto corresponde a la descripción de la idiosincrasia mexicana "resentida con su pasado y molesta con su presente" ¿denuncia o o coincidencia? el mensaje del final parece acertado: el héroe ante la duda siempre hace lo correcto, justo la tesis contraria de Serrano. Sobre la serie de Televisa Gritos de Muerte y Libertad, como es de costumbre reune un muy buen reparto y la producción es de calidad pero no deja de ser una soap opera que ciertamente no busca generar ninguna reflexión particular sino más bien mantener al espectador delante del televisor.

Igual que en 1910 las imágenes y sus mensajes están ahí, ya cada quien hará sus conclusiones.




(*) “Dos representaciones, una misma Independencia: las vistas cinematográficas de los festejos de los Centenarios en México, 1910 y 1921” Erika W. Sánchez Cabello (http://cinesilentemexicano.wordpress.com/2010/08/22/dos-representaciones-una-misma-independencia-las-vistas-cinematograficas-de-los-festejos-de-los-centenarios-en-mexico-1910-y-1921/)